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das Mystische 2.1

El lector de prólogos

El lector de prólogos Un ejemplo de construcción de mundos según Macedonio Fernández:

Por cierto que había mucho que pensar; los días transcurrían de un tiempo a esta parte y, sin embargo, no se aclaraba el misterio (todos ignorábamos que hubiera uno) en el puente proyectado. Primero: se nos hizo conocer un dibujo del puente tal y como estaban de adelantados sus trabajos antes de que nadie hubiera pensado en hacerlo existir; segundo: dibujo de cómo era el puente cuando alguien pensó en él; tercero: fotografía de transeúnte del puente; cuarto: ya está el primer tramo empezado. En suma: que el puente ya estaba concluido, sólo que había que hacerlo llegar a la otra orilla porque, por una módica equivocación, había sido dirigida su colocación de una orilla a la misma orilla.

Por una módica equivocación (cuestión de libros, cuestión de bibliotecas) me encuentro ahora con Macedonio Fernández (Manera de una psique sin cuerpo, relatos, poesía y metafísica), cuando hubiera resultado de mayor utilidad habérmelo encontrado mucho antes. Entonces (1975 o 76, ahora no recuerdo) yo empezaba mi extraordinario bachillerato, esa caída del muro del pasado que arrastró todo a su paso, tan inconcluso al final como la propia obra de Macedonio, tan irrealizado, irrepetible y singular como el relato de mi propia vida. Mi profesor de literatura (un hombre joven del que guardo un grato recuerdo) bromeaba con los gruesos dedos que asomaban, inquisitivos, a través de sus sandalias. En aquel comienzo del bachillerato, este hombre joven nos obsequió con Crimen y Castigo como punto de partida de nuestra incipiente experiencia literaria. Todavía, al menos en mi caso, la literatura no tenía la fuerza ni ocupaba el espacio completo que ocupa ahora; pero, además, la densidad de aquel novedoso volumen y el apellido de aquel ruso desconocido tampoco invitaban demasiado al esfuerzo. ¿De dónde sacar tiempo, en aquella cadena irrefrenable de descubrimientos, para sumergir la nariz en aquella ensalada imposible de letras? Con el libro en las manos, sin embargo, descubrí por primera vez las maravillas ocultas en un excelente prólogo y, sin pasar más allá de él (¿para qué?, pensé entonces) solucioné sin mayores apuros la primera prueba de fuego de la literatura a la que fui sometido. El prólogo, y bastó sólo el prólogo, me sirvió para obtener un lujoso “Sobresaliente” (¿quizás el único de todo el bachillerato?) en un trabajo sobre un libro de Dostoievski que jamás leí ni he leído después, pasando a engrosar desde aquel mismo momento (aunque bien es cierto que por una causa no del todo “ajustada a derecho”) la imprescindible e interminable lista de lectores de prólogos; es decir, de “lectores de comienzos” que, como todo el mundo sabe y Macedonio Fernández se encargó, una y mil veces, de recordarnos, son los lectores perfectos.

En su Prólogo para la Mayoría (la de lectores de comienzos) de Una novela que comienza escribe Macedonio:

El poco disimulado género de los “lectores de comienzos”, el más probado, decidido y celoso de su comodidad, creo que aquí no se hará esperar en felicitarme y darme ánimo para no ulteriorizar esta Novela que comienza para que no trueque mi obra con seguirla y no me despeñe estirando a más tan concluido comienzo. Santo consejo.

Desde entonces (desde aquel inexistente encuentro con Macedonio Fernández), invariablemente he leído prólogos, sí, y he comenzado cientos y cientos de libros (muchos en suspenso todavía, allí, al comienzo) que se han ido superponiendo unos encima de los otros sin un rumbo definido, sin marcación de prioridades o tiempos, hasta completar la más hermosa, irrealizable, e incompleta novela de la vida, una novela con todas las características que tanto apreciaba Macedonio, un libro a fin de cuentas en permanente construcción: un libro perfecto.

La obra de Macedonio Fernández, desde esta perspectiva, es un conjunto de prólogos a una novela que nunca comienza; pero su Estética obedece a un cuidadoso plan que tiene, además, a la Realidad como último e incómodo destinatario. La Estética de Macedonio comienza por definir, con precisión, la función del Arte:

Todo el Arte –escribe Macedonio- está en la versión o Técnica, es decir, en lo indirecto, y el horror del Arte es el relato y la descripción, la copia como fin en sí, la imitación del gesto y de las inflexiones de voz; en fin, hacernos ir al teatro para ver allí lo mismo que vemos en la calle.

La Realidad, así, se muestra como el verdadero enemigo a batir, el tablero de juego donde se desarrolla la partida definitiva:

El problema de la naturaleza de la realidad -comenta Tomás Guido Lavalle- es sitio hacia donde con más terquedad dirige este pensador su prolija metralla de argumentos, intuiciones, obsesiones e ideas. La realidad tal cual ha sido entendida desde Kant le molesta soberanamente, le resulta un impedimento vital.

Y será así desde el principio de todos los principios, aunque sólo a partir de la muerte de Elena, su mujer, la cuadratura del círculo se estrecha y cerrará por completo. El Arte, a partir de ese momento, tendrá un componente claramente liberador y terapéutico, siendo el mundo que continuamente levantará Macedonio un mundo donde, como el mismo escribe, “Muerte rige a Vida”, sí, pero sobre todo un mundo donde “Amor niega a Muerte”. En el instante irrepetible, el Amor anunciará la eternidad sobre todas las cosas, y estaremos en un espacio y en un tiempo salvadoramente definidos, en un presente distinto que Macedonio construye para todos nosotros y para él mismo.

El presente –escribe Fernando Rodríguez Lafuente en su introducción (¿otro prólogo?) al Museo de la Novela de la Eterna- es lo único que existe y, a esta aseveración de origen filosófico, se une una preocupación estética que interesaba a Macedonio desde las primeras décadas del siglo: el hecho literario puede abolir definitivamente el mundo exterior, y al desaparecer todos los hechos materiales desaparece la muerte; el fundamento del Arte es la abolición de la muerte.

Así, en mayúsculas: EL FUNDAMENTO DEL ARTE ES LA ABOLICIÓN DE LA MUERTE. Porque esto, llevado hasta sus últimas consecuencias, fue Macedonio Fernández. Bueno, esto y ciertas cuestiones no menores que ahora mismo no tocan. ¿Alguien se imagina a Julio Cortázar sin Macedonio, al mismísimo Jorge Luis Borges sin Macedonio Fernández?

Hablado de Borges: mientras preparo los próximos prólogos, los comienzos venideros que me acompañarán, sin duda, en batallas futuras contra las pequeñas muertes domésticas, cito a Borges y cierro aquí, y así, la cuestión “Estética” (al menos por esta jornada).

He poseído tantas estéticas –escribió el argentino- que ahora estoy cansado. Poseo un museo de estéticas en casa.

La oscuridad silencia un valle, imprevisto, donde lo más “estético” es el calor de los árboles frutales; un mundo comienza de nuevo en mis manos o en manos de Macedonio Fernández. El suave encantamiento se abre “a todas las brisas de la Vida” porque así es el mundo y así lo concebimos; porque así no pasa nada y, cuando pasa siempre tenemos a mano LITERATURA.

¿Qué? ¿Hace otro prólogo?

Frigiliana (Málaga)

15 de agosto de 2005

12 comentarios

Cristina -

Me gustan las filigranas trazadas en el reborde de la novela de tus vacaciones, Enrique, ese prólogo eterno que habla de un profesor eternamente joven...

Tenía una cita que venía perfectamente al pelo del gran Zweig, pero la trastabillé entre las 500 páginas... (si hubiese estado en el prólogo la habría encontrado seguro, you know...) Una manifestación más del prólogo como obra de arte autónoma.

Macedonio fue un prologuista sin saberlo y su psiqué avisada sin cuerpo no es más que una constatación de que "las partes" saben vivir solas...

Vila-Matas se olvidó de Macedonio, o quizás yo me olvidé de que él se acordó en su magnífico Bartleby y compañía, una galería magnífica de prologadores silenciados.

Te nos rematas citando a Borges, yo te cito a tu Felis:
TESIS: Es más Cielo la Luna que el Cielo, si una Cordialidad de la Altura es lo que buscamos.

Lo leo y lo leo y mira tú, me recuerda a Pessoa un huevo.

Besos para el remero,
Cris
PD: ¿Usté cómo me aguanta el rollo?

Cristina -

Me solvidaba... Raskólnikov te caería de bien...

Iván -

yo me salto en automatico los prologos, tal vez me he perdido de alguna joya de texto, pero tengo mis dudas al respecto.

saludos

Magda -

Si Enrique, borré Blog de Magda (y abrí otro más pequeño) porque no me daba tiempo de atenderlo como exigía. Me costó mucho trabajo y tristeza, pero nimodo, había que hacerlo.

Un abrazo y por aqui nos vemos. Sí, tenemos semejantes intereses, eso me gusta mucho.

Enrique -

Lo que realmente me sienta bien, mi querido amigo Otis, son las vacaciones. Que, por cierto, comienzan a acabarse.

Otis B. Driftwood -

De prólogos a libros no escritos te podría contar... nunca he sido capaz de escribir una novela, o una obra de teatro, pero la he comenzado muchas veces. Y se me daba muy bien (ahora no sé) escribir los prólogos. Creo que debería de hacerme prologuista profesional, jeje.
Alguna vez, más de una, pasa que el prólogo es más inteligente que el libro al que sigue, o más interesante, o más revelador. Cuando esto sucede, el libro acaba decepcionando. Por eso, el autor siempre debería escribir el prólogo él mismo, o bien encargárselo a alguien que sea esencialmente un petardo. Se juega las habichuelas para obras posteriores, no olvidemos.

Te sienta bien el agua de Frigiliana, amigo :-)

Enrique -

Pero, ¡Pini!, ¿no te gustan los gatos? Espera a conocer a Pirracas, mi gata persa, y ya verás...

26: dado el éxito inesperado que esta teniendo entre los comentaristas la llamada "prueba de Turing" estoy pensando en hacer un Extra de Otoño dedicado al matemático británico. 2 + 2 son 4 según algunos (la máquina codificadora germana ENIGMA quizás nos dijera otra cosa), pero, por si acaso, usted no haga mucho caso.

José Ángel: no conozco la obra de Alasdair Gray. En cambio, y hablando de prólogos, tengo noticia de un libro de Stanislaw Lem, "Un valor imaginario", que consiste en un grupo de prólogos a libros que, evidentemente, nunca fueron escritos.

Magda: sí, ¡qué sorpresa! En algunas ocasiones pasé por tu antigua página y ahora veo que la has reformado. Creo que coincidimos en el interés por algunos temas, así que espero que sigamos en contacto. Otro abrazo.

Magda -

Muchas gracias por tan grata bienvenida.
Un fuerte abrazo.

José Angel -

Me has recordado a un escritor escocés bastante cachondo, Alasdair Gray, que ha editado una Antología de Prólogos. Y es que hay muchos prólogos más famosos que el libro que los sigue.

26 -

Llevo dias tratando de comentar algo pero no consigo acertar la maldita pregunta antiespam...

Un placer leerte Enrique, como siempre.

pini -

enrique me enanta que nos prologuees.
pero yo a los gatos no me les acerco ni loca.
se habran alimentado solos.
o solo de tus letras, buenas, como es habitual.

Enrique -

Bueno, ya casi estoy aquí. Gracias a Pini (que riega las plantas, da de comer a los gatos y ventila la casa) el sitio sigue como siempre. Nuevos visitantes (¡Magda: excelente sorpresa!), eso sí, me honran con su visita. No he conseguido ver las costas de Marruecos porque los días, en general, resultaron pesados y grises; al menos los días en que me asome al balcón y busqué la otra orilla. En la montaña, por otra parte, vi Aguacates (que han ido sustituyendo, en el paisaje, a los antiguos Olivos), Cipreses (de Manuel Ángeles Ortiz, el pintor) y algún Pino de repoblación franquista (según me contaron) que no tardará en desaparecer del paisaje. Curiosamente, disfruté de un excelente gulash (preparado por Dagma –de Silesia- y en compañía de sus hijos Jana y Janos) en lugar de disfrutar de los platos típicos de la zona. Susi, en cambio, aunque también es alemana, jamás prepararía un gulash como el de Dagma (exquisito, por otra parte): ella está más próxima ya al gazpacho colorado que al chucrut pálido de la otra noche. Claro que Susi lleva más de veinte años en Andalucía y el paladar se le ha ido enriqueciendo de colores y matices insospechados. En cuanto a lecturas, bueno, pues aquí dejo lo de Macedonio. Ha habido más, que ya iré contando, poco a poco, en el futuro.

Un beso a todos y a todas.